A TERAPIA POR LOS HIJOS, por Belén Bernad Marzola

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Desde hace más de 10 años trabajo como psicóloga en Binéfar, en el centro Litera Salud, y desde hace tres además de en Binéfar, atiendo casos en mi consulta privada en Huesca en la Plaza Navarra.

A menudo padres confusos o desesperados llegan a terapia, después de haber intentado todo lo que su sentido común les dice, pero los problemas se radicalizan de tal manera que colapsan a los padres, y ya no saben si lo que hacen resuelve algo o incluso lo empeora.

       

         Sus hijos pasan de pequeños humoristas “míralo que gracioso” y ríen sus ocurrencias, a “indios, sin civilizar”. Los padres ponen mucho empeño en que las cosas funcionen, y los hijos viven ese empeño con clara resistencia. Acostumbrados a experimentar y descubrir, quieren comprobar qué sucede con su mundo cuando ellos lo cambian, qué misteriosos sucesos se desencadenan cuando no hacen lo que sus padres les dicen, ya que si lo hacen, sienten que el control de su vida lo tienen sus padres y no pueden dar rienda suelta a sus necesidades. Ellos prefieren ir descalzos y sentir el suelo bajo sus pies, las manos da igual que estén sucias, para qué lavarlas si las voy a volver a ensuciar, saltar en el sofá o en la cama es divertido, correr por casa aunque se den un golpe en su pie descalzo, es la sensación de la libertad, gritar o hacer ruidos es una expresión de creatividad, tirar las cosas o usarlas para lo que no están diseñadas aunque se estropeen, es experimentación pura, limpiarse los mocos con la manga es ser práctico.

 

         Además de experimentar con su mundo, aprenden a conseguir sus objetivos a cualquier precio, son negociadores implacables, sino tienen lo que quieren:

–      lloran,cuando no lloran,

–      reivindican, “por qué haces verdura si sabes que no me gusta”, “¿ahora? no tengo sueño”,

–      argumentan “estoy cansado de recoger” y ni han empezado, “ya lo recogí ayer”, “siempre me toca a mí”

–      distraen utilizan maniobras como “me duele la tripa”, “estoy muy cansado”

–      alargan el tiempo “ya voy…, espera…, ahora voy… un momento” y ni se mueven,

–      posponen “en cuanto termine de hacer esto”,

–      demoran, van lentamente, les pesan los brazos y las piernas, prácticamente se arrastran

–      o simplemente filtran los sonidos y ni se inmutan con el sonido de tu voz, aunque oyen perfectamente otras palabras como “¿quién quiere venir a la calle?”, y no solo oyen, incluso a frecuencias muy bajas, y entonces, corren, vuelan, saltan y ya están arreglados.

 

Se convierten con nuestros mismos argumentos en pequeños estrategas, negocian al alza y siempre se llevan algo, tiempo, ayuda, compensación, premio o felicitación. Pero su esfuerzo suele ser compensado y por lo tanto demostramos que era, eso, un esfuerzo, y la próxima vez sentirá que su esfuerzo algo vale, nada se hace por nada. Y se convierten en negociadores agresivos comienzan de forma educada,

–    mama, ¿me dejas el móvil?,

la madre contesta:

–    “no, porque…”

y da igual tu argumentación ellos no la están escuchando, y repiten de forma honesta:

–     “va, déjame el móvil, que quiero jugar a un juego”,

la madre contesta:

–      “no, porque luego ya sé lo que pasa…”,

esta parte te la dices para ti misma, estás recordando lo complicado que se vuelve luego recuperar el móvil en óptimas condiciones. El niño lanza su mensaje, claro y concreto:

–     “venga, jooo!! que yo quiero jugar”,

la madre responde resuelta:

–     “ya te he dicho que no”.

Al cabo de un minuto, la madre cree zanjado el asunto, pero el hijo, no puede pensar en otra cosa, y como si fuese el día de la marmota y no hubiese habido una conversación anterior, vuelve con la primera pregunta:

– (perseverante) “¿me dejas el móvil?”, “ya te he dicho que no, no seas pesado”, si le has dicho pesado, le acabas de dar una pista,

–  (insistente) “¿déjame el móvil?”,

–  “que no, que no te lo dejo”, agotando los argumentos la madre,

– (argumentador) “yo me aburro sin hacer nada”, la madre contesta:

–  “no te dejo el móvil, y no me lo preguntes más” señalando justo el punto débil, y el niño, justo ahí va, deja pasar un minuto y lanza de nuevo su oferta…

– (implacable) “¿déjame el móvil?…”

Si la emboscada es perfecta y estás conduciendo el coche, ahí lo más probable es que o ya hace un rato que por no oírlo le has dejado el móvil, o se lo dejas para no oírlo más, porque la tensión dentro de tu cabeza aumenta y disminuye la capacidad de reacción y no solo a conducir, ya se te acaban los argumentos y el niño no tiene final, es incansable, más cuando empieza a verte débil, y merodea a tu alrededor cercándote cada vez más con tu propia rabia. Cuando le das el móvil, sientes que te liberas de esa tensión, pero al poco tiempo te das cuenta que por muy sensato que hayas estado has cedido, y si has cedido has perdido, por lo que sabes con total certeza que habrá una próxima vez…o te cambias a un móvil de primera generación, sin juegos, ni wasap.

 

Cuando creías que ya te sabías de memoria tu papel y negociando habías conseguido la doma de los salvajes instintos de tu hijo, la naturaleza se vuelve a abrir paso, llega algo de lo que habías oído hablar: la adolescencia que aunque no comienza hasta los cambios biológicos de los niños, el sistema educativo los mezcla desde los doce años en los institutos, y como seres vivos que son, más vivos que nunca en esta edad, aprenden por imitación que los adultos están a un lado y ellos al otro, y que para estar integrados deben moverse camuflados en la fauna hormonal del instituto, empiezan a hablar, a vestir, a moverse, a adoptar valores y actitudes, de su tribu, y los padres que ya se anticipan con miedo a estos cambios, ven rápidamente los cambios e intentan poner freno, más sienten los hijos que les tratan como a enemigos, más se convierten en eso justo enemigos de sus padres y la lucha por cualquier terreno, es al milímetro:

–  el tiempo, los hijos: “cinco minutos más…”,

–  el espacio, los padres: “solo te pido tu habitación, pero recógela”,

–  lo invisible, padre: “estudia”, hijo: “que te crees que hago”, padre: “si, con la tele”, hijo: “lo hago como yo quiero”, padre: “pues lo haces mal, vete a tu cuarto”, hijo piensa “si pues ahora sí que no estudio, estoy harto de que me diga lo que tengo que hacer, no me deja respirar”.

 

Cuando los hijos no consiguen sus objetivos por las buenas, boicotean, en un intento de autoafirmación, y justo esa afirmación inmadura de sí mismos es la que no les gusta a los padres, entrando en una escalada, de desafíos, discusiones, y castigos, que complican cualquier vivencia.

 

Los consejos que suelo dar a los padres, en estos casos depende de cómo reaccionan frente a las negativas de sus hijos.

 

Decirle que no a un hijo es inevitable y necesario para educar, pero los padres se contagian de la rabia, de la impotencia de sus hijos y se enfadan sienten rabia porque los niños lloran, y unos porque les resulta agotador hacer cualquier cosa en contra, en lugar de frenarlos, ceden, como a un chantaje y los niños aprenden el control en su vida a través de las rabietas en forma de llanto.

 

Otros hijos más mayores poseen técnicas más refinadas, pues utilizan su propia rabia para generar rabia en sus padres a través de trastadas, rompen, ensucian, pegan, gritan, dicen palabrotas, son unos artistas dando rienda suelta a la venganza de su rabia, y los padres que estaban tratando de controlar su rabia se les va de las manos y entran en un castigo tras otro, pero ineficaces, no avisan del castigo y siendo fruto de la rabia lo más probable es que lo retiren cuando los padres ya se calman, o son castigos que por su desproporción fruto de la rabia de los padres no se pueden cumplir, así los hijos se acostumbran a gritos y enfados, provocando en sus padres la rabia, vengan la suya propia y mantienen así en jaque a los padres en constante castigo y escalada de rabia, “tú lo haces yo te castigo, pues como me has castigado, te la devuelvo servida fría, y el padre añade un nuevo castigo, con bronca incluida, y el niño contesta en rebeldía; no quieren hacer las cosas y exasperan a los padres que suelen llegar a finalizar el episodio con un azote”, pero esto como ya he dicho solo es un episodio, porque ambos están en pie de guerra, ninguno quiere enterrar el hacha.

 

No tiene nada de misterioso, es una escalada muy conocida, ¿cómo se rompe? Atención!!!!, mantén la calma, ponle el castigo y vuelve a mantener la calma para no quitar el castigo, por muy angelical que se muestre, para ellos el tiempo transcurre en otro orden, su presente es más largo, si tu quitas el castigo “después” ellos entienden “durante”, porque lo que para ti ya ha pasado y estás en el futuro porque tu rabia ya se ha calmado, ellos en su castigo conviven aún con la rabia, si le quitas el castigo durante su proceso, es la rabia la que vence.

 

Y algo que no se debe olvidar, cuando se poner un castigo no se amenaza con un farol, si pueden hacer desaparecer ese castigo, que solo existía en la mente de los hijos, no en la de los padres, porque cuando lo dicen ya saben que no lo harán… los hijos al principio creen que sí, y cuando se dan cuenta de que no se cumple, sienten que se han librado, han conseguido ganar la batalla y la rabia se sale otra vez con la suya. Evitar un castigo es conquistar terreno de los padres y conquistar su benevolencia es un placer por tener el control. Y el control pase lo que pase siempre lo tienen que tener los padres.

 

Aunque los escenarios son diferentes recomiendo una actitud común, la serenidad. Para ser líder de la manada, perder los nervios puede ser un golpe de efecto, pero desacredita y genera una rabia contagiosa difícil de manejar, mantén la calma, piensa en frío la consecuencia que vas a poner, a veces el efecto sorpresa es muy potente, decir: “tienes un castigo y ya te diré cual es”, jugar con el suspense, da claramente la sensación de que tienes el control, y después lo aplicas serenamente.

 

Al cabo de un tiempo, los problemas no desaparecen, pero los conflictos bajan su frecuencia, y se disfruta de una relación mucho más agradable con tus hijos.

 

Suerte en la aventura.

 

BELÉN BERNAD MARZOLA

Licenciada en Psicología por la Universidad de Valencia

Máster en Terapia Breve Especializada

http://www.belenbernad.com/